25 feb 2013

Gorgona y yo



De lunes a viernes, alrededor de la una del mediodía, recibo mi tratamiento de radioterapia. Los jueves tengo ración doble, me ponen tambièn la quimio.
En la radio estoy en un subsótano tras una imponente puerta blindada que recuerda las pelis de cámaras acorazadas, escenarios de grandes robos de joyas. Allí me dejan sola las técnicas (son todas chicas y simpatiquísimas), tras colocarme en la camilla, con mi máscara bien apretada, el chupete bien mordido y las manos asiendo unas correas elásticas; todo pensado para que esté totalmente inmóvil. La cámara donde me radian me recuerda un tugurio de ensayo de jóvenes promesas de rock, como viejo garaje lleno de trastos y fundas misteriosas que podrían esconder instrumentos musicales (en realidad son colchonetas, me aclaran las chicas), si no fuera porque en lugar de una batería, un bajo y una guitarra eléctrica está la imponente presencia de Gorgona. Gorgona es el nombre con que he bautizado a la máquina de radioterapia.
Gorgona es redonda, como la égida de Atenea, y va girando alrededor de mi cara y cuello, haciendo un ruido chirriante, más propio de un escenario de ciencia ficción que de un ensayo rockero, y (¡oh, decepción!) sin rayos iluminatorios, expulsa sus serpientes justicieras e invisibles aniquiladoras del tumor alojado en mi laringe.
http://www.uned.es/geo-1-historia-antigua-universal/MAGIA/GORGONA/Gorgon4.jpgComo sabéis, y como podéis comprobar en wipipedia, una gorgona (en griego antiguo γοργώ gorgō o γοργών gorgōn, ‘terrible’) era un despiadado monstruo femenino a la vez que una deidad protectora procedente de los conceptos religiosos más antiguos. Su poder era tan grande que cualquiera que intentase mirarla quedaba petrificado, por lo que su imagen se ubicaba en todo tipo de lugares, desde templos a cráteras de vino, para propiciar su protección. La gorgona llevaba un cinturón de serpientes, entrelazadas como una hebilla y confrontadas entre sí. En mitos posteriores se decía que había tres gorgonas, Medusa, Esteno y Euríale, y que la única mortal de ellas, Medusa, tenía serpientes venenosas en lugar de cabellos como castigo por parte de la diosa Atenea. Según el mito de Perseo, este pudo matarla gracias a la ayuda de la diosa cortándole la cabeza y cada gota de su sangre se transformó en una serpiente. Perseo, en agradecimiento, le dio la cabeza a Atenea, quien la puso en su escudo y se mantuvo su poder de petrificar a quienes la veían.
Así que ahí estoy yo, petrificada e inmovilizada, pero, por otro lado, concentrada en transformar ese poder supuestamente maligno y devastador en una suerte de energía renovadora que me sane. Los rayos de Gorgona dejan de ser invisibles y al entrar en mí se convierten en luz dorada y cálida inundando mi garganta. Dejo de ver la radioterapia como un cúmulo de efectos secundarios que me van a quemar, llagar y lacerar y lo intento ver como un proceso ineludible, en el que tengo que atravesar una zona oscura e inquietante a través de la cual llegaré a una zona iluminada que me clarificará cuál es la siguiente etapa de mi vida. Un proceso, por lo demás, extremadamente breve (dos meses, de los que ya han trasncurrido dos semanas), que tampoco tiene por que ser tan dramático como parece ser obligado tomárselo. 

Repasando lo que sé sobre Gorgonas y Medusas, me encuentro con las interpretaciones de Christine Downing y Shinoda Bolen, que analizan la Gorgona desde el arquetipo de Atenea. Como todo lo relacionado con el poder de la Diosa, hay una dualidad entre el bien y el mal, lo oscuro y lo luminoso, en la perpetua búsqueda humana del equilibrio emocional.  
El lado oscuro, la sombra de Atenea, lo halla Downing en la Gorgona de su escudo, el lado erinio de la Gran Madre que porta como protección, pero que no destruye ni convierte a nadie en piedra, sino que redime: gracias a su intervención, las furias se convierten en euménides y la sangre que gotea de Medusa se recoge y utiliza por Asclepio para sanar y resucitar a los muertos.

Para Bolen, por su parte, la Gorgona presente en su égida, es uno de los temibles aspectos de Atenea, que tiene el poder de desvitalizar la experiencia de los demás, de suprimir la vida con la conversación o convertir una relación en un cuadro estático. Con su actitud crítica y su afán analizador puede, intencionada o inconscientemente, disminuir la experiencia subjetiva de otra persona, carecer de empatía por los temas espirituales o morales vitales para otros, ser intolerante con los problemas de la gente y blandir una actitud crítica hacia cualquier atisbo de debilidad. Es capaz de paralizar a la persona que tiene delante, “convertirla en piedra” con su examen escudriñador y crítico y destruir sus iniciativas. Atenea debe recordar que el peto de la Gorgona es algo que pude quitarse y ponerse; cuanto se da cuenta que tiene algo que aprender de las personas y compartir con ellas y se relaciona como una igual, se habrá desprendido de su peto y dejará de provocar el efecto Medusa.
Yo lo veo como un aprendizaje en el que tengo que asumir mi poder de paralizar a los demás con mi palabra, de no dejarles expresarse por mi vehemencia y porque a veces soy demasiado arrolladora y dejo a los demás mudos. Quizá por ello Gorgona va a provocarme que me calle un tiempo. Cuando estoy a solas con ella soy totalmente vulnerable, estoy sometida a su voluntad, a su poder destructivo y sanador a la vez, y eso es una prueba para mí de humildad tremenda. Quizá callándome y estándome quieta aprenda a escucharme y a llevar otro ritmo vital más sano y equilibrado.
Gorgona me petrifica, sí, pero sólo temporalmente. Como Gran Madre Poderosa actuará con su veneno/medicina para sanar la parte de mí que debe mostrarse limpia y clara hacia el mundo, la de mi discurso.

                        http://fc02.deviantart.net/fs17/i/2007/181/d/4/Gorgona_Tisifone_by_oscar_morales.jpg 

Fuentes:

Christine Downing, (1981), La Diosa. Imágenes mitológicas de lo femenino, Barcelona, Kairós, 1998.

Jean Shinoda Bolen, (1984), Las diosas de cada mujer. Una nueva psicología femenina, Barcelona, Kairós, 2000 (7ª edición).