15 abr 2009

Lecciones de feminismo a golpe de azada

El feminismo no es solamente discurso teórico. De eso sabe mucho Marta Orts, mi amiga entrañable y de la que me siento profundamente orgullosa. Ella, aunque no lo sepa o no se lo crea, hace feminismo todos los días, el mejor de todos, el que cuesta el sudor de la tierra y huele a rocío de la mañana.
Aquí tenéis una entrevista que le hicieron el pasado día 5 en el suplemento dominical del diario Información:

Marta Orts Llinares. Tesorera contadora de la Comunidad

de Regantes de La Vila

Primera mujer miembro de una comunidad de regantes, sostiene con firmeza que el agua es incolora, es decir, que no debe tener color político. Está empeñada en mantener su precio para los regantes y, si es posible, bajarlo.

Su obsesión: suprimir gastos innecesarios.

Su objetivo: que la agricultura sea rentable.

Rebelde con causa y mujer en un bancal de hombres Vilera, hija de médico y cuarta de cinco hermanos, colgó los estudios de Medicina «por rebeldía y para vivir a mi aire, aunque eso me costó que mis padres dejaran de hablarme y tener que mantenerme por mis propios medios». Ha trabajado en la banca, la hostelería y llevando la animación cultural de un camping en La Vila, hasta que el ladrillo acabó con él y la mandó al paro. Lleva poco más de un año metida en la agricultura «pero recurrí a un ingeniero agrónomo jubilado para que me enseñara lo que hay que saber, y cada día sigo aprendiendo en el bancal». Optimista, imaginativa y valiente, vive sola en un vergel de azahares con su perra labradora, sus gallinas, un pavo real «y los ratolines de la leña, que no son ratas sucias sino animales limpios y simpáticos». En enero fue elegida Tesorera Contadora de la Comunidad de Regantes de Villajoyosa; era la primera mujer que se metía en un bancal históricamente de hombres «pero si era comunera tenía derecho a ser votada». Y la votaron: olé.


Tres meses al frente de los dineros de la Comunidad de Regantes, ¿la toman en serio los hombres, a pesar de ser mujer?

La verdad, a mí me tratan con mucho respeto. Tengo cincuenta años, soy una tía muy seria y soy comunera como lo es cualquier hombre.

Y no necesita uno al lado para vivir: su casa entre limoneros y naranjos es una gloria.

Esto fue escuela después de la guerra, con una mujer que enseñaba a leer a los críos de los agricultores. La he equipado reciclando cosas, incluso mallas de antiguas carneras. Es muy sencilla, pero aquí soy feliz. Lo mismo que de niña, que vivía con mi abuela en una casica y andaba por el bancal en pelota.

Dicen que la infancia es la patria del hombre.

Mi patria es La Vila. Y quiero que la especulación del ladrillo no acabe con sus campos.

Pero la tierra no es rentable.

Lo será. Tendrá que serlo, porque el futuro está en la agricultura: las casas se venden o no, pero la gente tiene que comer siempre.

¿Por eso se ha hecho agricultora ya de mayor?

Lo decidí al perder mi último trabajo; les propuse a mis hermanas que me pagaran por llevar las tierras lo mismo que cobraba en el paro, y aquí estoy.

Pero no sabía nada del tema.

Se aprende echándole amor y ganas. Y oyendo a los que saben: los viejos son un tesoro.

Y los que saben confiaron en usted a pesar de eso, qué cosas.

Ni me lo creía. Estaban allí, con su vaso de vino y su plato de queso; todos hombres menos una propietaria de tierras, mi hermana y yo. Me presenté para la Junta… y salí. Yo pertenezco a una familia de patriarcas, mi abuelo tenía la fábrica de salazones Lloret y Llinares, tuvo tres hijas y nunca formaron parte de la empresa porque tenían la Ley Sálica. Y mi padre, con cuatro hijas, no paró hasta que el quinto fue un varón. Las chicas, si no te casabas y les dabas nietos varones, defraudábamos. Mi padre aún me echa en cara que he vivido por mi cuenta 33 años, «te saliste de la foto», dice. Pero yo me desmandé, soy muy rebelde.

Rebelde con causa. Y superviviente nata, por lo que veo.

Con el primer paro que cobré después de trabajar en una caja de ahorros aproveché para estudiar en Valencia un módulo, que suena muy bien pero no me ha servido de nada: técnico especialista en salud ambiental.

Hice las prácticas en el Ayuntamiento de Silla haciendo inspecciones con un biólogo que cerró un montón de fábricas por vertidos a la Albufera, y al volver aquí me apunté en el paro y en la oficina no encontraban el código donde ponerme. Así que me fui a vivir con mi tía, la que estaba con mis abuelos cuando mis padres, con tres meses, me «regalaron» hasta los siete años, antes se hacían esas cosas. Parezco Heidi, ¿eh?

Siga, siga, que es una pasada.

Yo vivía salvaje en el bancal, me quitaba la ropa y en bolas cogía los pajaritos con las manos. Iba al colegio al hospital, con unas monjitas que en Navidad les llevábamos una gallina, y en el pueblo, a un guardia que le llamaban El Carabassa lo puteaba cruzando una vez y otra la carretera general para que él tuviera que parar el tráfico, ¡Marteta, ché, que eres un dimoni!, me chillaba. Enfrente estaba la cárcel y yo me hice amiga del Dieguet, un preso muy borracho que estaba allí por falsificador, y le daba mi bocadillo. De mayor sigo teniendo un punto raro, claro.

Eso no es defecto. Cuénteme qué hacía en el camping.

Trabajé en el último que quedaba de los cuatro que hubo, porque los señores constructores decidieron destruir un paraje precioso. Nos vendieron como un equipo de fútbol, el terreno, el camping y los empleados, y trabajábamos para una constructora de Valencia que nos puteó hasta que nos tiraron a todos. Yo hacía actividades para niños y mayores, convencí a los dueños del supermercado para que nos hicieran un salón y allí inventaba de todo; antes hacía las actividades en el bar y me inventé un método para enseñar español a los extranjeros, tengo fotos de todos con su libretita y liados en una manta porque hacía frío. Al final quitaron ese camping también, y me fui al paro.

Y del paro, al surco.

La mejor decisión de mi vida.

Cogí a Miguel, un amigo mecánico de motos con la mujer en el paro y una hija de cuatro años, y a Bartolo, que tampoco tenía idea de agricultura. Llamé a otro amigo mayor ya retirado, ingeniero agrónomo, y le dije: explícanos lo que tenemos que hacer. Y así, pateándonos con él los bancales, aprendimos. Me levanto antes de salir el sol, y desde hacer un caballón a podar lo hago todo. Nunca en la vida yo había regado y el primer día nos fuimos a ver las acequias y a limpiarlas y repararlas, que fue un trabajo de la hostia pero había que hacerlo, porque a las ocho de la mañana del día siguiente me daban el riego y el agua no se puede desperdiciar.

Hacer caballones contra reloj debe ser trabajo duro.

Es duro, pero no vas a dejar que se te escape el agua; y hay que andar vigilando que no te la roben de camino, que eso pasa también porque desde donde la sueltan hasta tu tierra hay un trecho, y desde que sale la estás pagando tú.

¿A cuánto, por cierto?

A 9 euros y pico la hora. Y me pienso matar para que no suba más, y si es posible, que baje.

Ahí hay muchos intereses: la construcción, el golf…

El que la quiera para golf o piscinas que la pague más cara si quiere, él puede. Los comuneros la queremos para regar.

Bueno, La Vila no es La Vega: ustedes tienen el Amadorio.

Que ahora mismo está hasta los bordes, sí. Y la balsa Alfondons de 330.000 m3 que hemos inaugurado hace poco, y agua de la depuradora también. Aquí agua tenemos, lo que hay que hacer es gestionarla bien.

Y cuando llueve como estos días, miel sobre hojuelas.

Pues fíjese que a mí me pilló recién regado. Había llovido poco, metí la mano en la tierra, vi que no había calado y cogí la tanda, porque con los naranjos y los limoneros en flor no se puede dejar que pasen sed. Al día siguiente cayó la que cayó, y están los bancales de barro que no hay quien entre.

¿Aquí riegan a manta, como

es tradicional en la provincia?

Sí. Y una de las cosas que deberíamos implantar es la instalación del goteo, que medioambientalmente es mejor. Hay empresas que lo tienen pero son poquísimas porque es caro, y además las costumbres arraigadas es difícil cambiarlas.

Y si el cambio lo propone una mujer, ya ni te cuento.

La Comunidad de Regantes es del 1800 y nunca había habido una mujer, yo la única. Lo primero que hice fue leerme las ordenanzas que son del 64, muy fuerte. Los sistemas hoy son otros, las construcciones han influido muchísimo en el agua y a nosotros no nos tiene que costar más regar. Ahí habrá que hacer cambios también.

Con dos ovarios, diga usted que sí. ¿Qué más se propone?

Que no se gaste un céntimo en chorraes. Querían hacer una página web y me negué, ¿para qué, si la mayoría de los agricultores no tienen ni ordenador?

Que se incorporen nuestros datos en la web oficial que está subvencionada hace muchos años, actualizándola con fotos de La Vila y nombres para que nos conozcan y sepan lo que hacemos. En una Junta cada uno tiene su función y yo como tesorera contadora tengo mi responsabilidad: aquí lo que importa es el agua. A los agricultores lo que nos importa es que esté barata, y punto pelota.

Del agua están haciendo bandera muchos políticos.

Ése es otro tema: el agua es incolora, ¿sabe lo que le quiero decir?

Que no tiene color político.

Que no se le puede dar ninguno. La palabra «comunidad» quiere decir que el agua es de todos por igual, y punto.

Pero el turismo pide cada vez más agua, es insaciable.

De momento aquí está todo parado. Se habla mucho de los planes parciales, que han hecho ya veinte mil, las tierras que han quedado dentro de ellos las están abandonando y

al final todo está parado, coño, ni hacen ni dejan hacer. La gente no se atreve a labrar ni a regar porque no sabe si al final podrá coger la cosecha o no. Los que vienen a comprar limones, que no son los mismos limones si se riegan y se abonan que si no se hace, tampoco quieren entrar en los bancales a cogerlos con hierba hasta el pecho, todo es poner pegas. Yo me pongo negra: sí, están las tierras que dan lástima pero es lo mismo en toda la costa. Y lo entiendo, ¿eh?, porque es que ya no sacan ni para comer.

En «Tengo una pregunta para usted» un abuelo le espetó a Rajoy que al agricultor le pagan una miseria y en los mercados se vende a precio de oro.

Sí, los intermediarios se lo llevan todo; pero no parece que nadie tenga intención de impedirlo. Ver los campos con una alfombra de naranjas en el suelo porque no se han recogido te encoge el alma, pero nadie mueve un dedo para evitarlo.

Y exigir más agua de otras cuencas para poder hacer más urbanizaciones no nos da muy buena imagen, ¿verdad?

Ni en España ni en Europa, que ya ha amenazado con retirar las ayudas por la depredación urbanística. Pero en esta tierra no escarmentamos.

Alicante tiene una Vega y un Vinalopó con sed, ¿qué piensa de los trasvases?

Mire, yo de todo esto no estoy muy informada, ¿eh?, pero todo lo que sea para mejorar y en beneficio del agricultor, conforme. Lo importante es abaratar el agua y que no nos falte. Lo demás, los politiqueos que se traen unos y otros, me los paso por ahí ¿me entiendes?

Alto y claro. Por cierto, su zona tiene menos problemas de agua que otras de la provincia.

Afortunadamente, sí. Pero como regantes, nos sentimos completamente solidarios con todos los demás agricultores.

¿Nueve euros la hora de agua es cara o barata?

Son 9 y pico, y es cara para nosotros. Oye, si quieren hacer campos de golf y hoteles que lo paguen ellos, coño. Ése es un mundo aparte que no tiene nada que ver con el nuestro.

Y que no le despierta gran simpatía, no lo tiene que jurar.

Yo no estoy en contra del progreso; de la destrucción de la tierra y la especulación, sí.

Más de uno pensará que es usted un bicho raro.

¡Bueno!, ya estoy acostumbrada a eso. Tengo un primo albañil que tiene una pequeña constructora y a veces me llama para comer y en el bar de obreros al que vamos no hay una mujer, llego con la ropa de estar en el bancal y todos me miran como diciendo: esta tía, ¿qué hace que no está en su casa preparándole el dinar a su home? Son detalles; yo quería unos zapatos de faena para meterme en el bancal y no he encontrado del 37, lo más pequeño que hacen es el 40. Toda la ropa y el calzado de trabajo que se fabrica es de hombres, coño, ¿cómo lo ve?

De momento, chungo.

Así tengo los pies, escaldados de llevarlos chorreando con las zapatillas de deporte. Son esas cosas las que las mujeres tenemos que cambiar. Pero con la realidad diaria, no sobre el papel ni con discursos feministas.

Última pregunta, ¿tiene futuro la agricultura en La Vila?

¡Siiií! En La Vila y en todo el mundo. Y por eso estoy aquí dejándome la piel, yo pienso que va a ser la bomba, estoy convencida. Hasta ahora el que tiene un solarcito piensa «qué bien»… una mierda, la construcción ha tocado techo. El que tenga un trozo de tierra, eso es lo que vale. A lo mejor en unos años no habrá tantos naranjos pero habrá huertas, y el que quiera una lechuga o un tomate que valgan la pena tendrá que recurrir a ellas. Y será un negocio hasta alquilar pedacitos de terreno para que la gente pueda plantar sus melones y sus judías verdes. Ése es el futuro. Cuando en el mercado o en el súper sólo encuentren verduras insípidas criadas fuera de tiempo en invernadero, por una lechuga natural abonada con estiércol y criada al sol, se pagará oro.

Entrevista de Ángeles Cáceres
Fotos de Pilar Cortés
Fuente: http://medias.diarioinformacion.com/suplementos/2009-05-06_SUP_2009-04-05_02_08_50_dominical.pdf




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